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Pocas cosas hay tan envueltas de enigma en la ciencia médica como el mundo de las alergias. Quizás sea debido a la enorme cantidad de sustancias que pueden desencadenar las reacciones alérgicas (los llamados alérgenos) como al intrincado mecanismo de respuesta del sistema inmunológico a esas sustancias. Si a la complejidad de ambos agentes que intervienen en la reacción se añade la diferente intensidad de respuesta al encuentro del alérgeno con el sistema inmunológico, es fácil que la confusión en la entrevista médico-paciente llegue al extremo de la total incomprensión. Porque hay quien entiende por reacción alérgica una rinitis estacional, una erupción cutánea, una salva de estornudos, un picor de ojos,... pero también una crisis de asma con broncoespasmo o laringoespasmo que puede provocar asfixia o un shock anafiláctico. Y evidentemente todas estas situaciones vienen provocadas por una respuesta del sistema inmunológico bien frente a un inofensivo grano de polen, bien por la dolorosa picadura de una avispa.
Pero también hay cierta dificultad en distinguir entre lo que es una alergia y lo que es una intolerancia o lo que es un efecto secundario. Mucha gente dice ser alérgico a un antibiótico porque cuando lo tomó le dio diarrea, cuando la diarrea suele ser un efecto secundario muy frecuente en los antibióticos de amplio espectro por la alteración que producen en el equilibrio de la flora bacteriana intestinal. Y es muy peligroso "colgarse" el cartel de alérgico a un grupo de antibióticos, por ejemplo, los betalactámicos cuyo prototipo es la penicilina, si realmente no se es alérgico ya que llegado el caso de precisar algún antibiótico de esa familia (por una neumonía grave o por una meningitis) los médicos pueden ser reticentes a administrarlo porque "el paciente dice que es alérgico" y al final la indecisión le cuesta la vida.
En la última Jornada Nacional sobre Estrategias de Salud del Sistema Nacional de Salud (SNS) se ha comentado que "más del 45,6% de la población española mayor de 16 años padece, al menos, un proceso crónico". Esperemos que ese impreciso "más" no eleve el ya abultado porcentaje por encima del 50% porque resulta terrorífico pensar que alrededor de la mitad de la población española está crónicamente enfermo. Otros datos aportados en esas jornadas sobre la cronicidad son que "hasta el 22% de la población padece dos o más procesos crónicos", o que "las enfermedades crónicas son la causa del 80% de las consultas de Atención Primaria".
Se llama pirosis a la sensación de quemazón y dolor que aparece detrás del esternón en el pecho, y que el paciente normalmente achaca a "la subida de los ácidos". La pirosis es el síntoma más representativo pero no el único de la ERGE. El reflujo gastroesofágico es la subida del contenido gástrico hacia el esófago, alcanzando una altura variable y pudiendo llegar a la boca, denominándose entonces "regurgitación". Esta subida del contenido gástrico hacia la boca al que nos referimos no se asocia a náuseas pues entonces estaríamos hablando de vómitos. El reflujo no se acompaña de náuseas o al menos no viene desencadenado por ellas.
Los episodios de reflujo son muy frecuentes y es raro encontrar una persona que no haya experimentado alguno, en ocasiones vinculado a eructos. El eructo sería, de hecho, un "reflujo" gaseoso. Se estima que alrededor del 15% de la población española padece algún grado de ERGE que puede ser más o menos invalidante o molesto. Habitualmente hay una circunstancia anatómica que favorece el reflujo y es una barrera poco eficiente entre el esófago y el estómago. La frontera entre ambas estructuras vecinas del tracto gastrointestinal es lo que se llama cardias. El cardias es, por tanto, la región anatómica del esófago distal que se contrae para evitar que suba el ácido del estómago. Se trata de un músculo circular, un esfínter, que también debe relajarse para permitir la entrada en el estómago del alimento deglutido. Por ello decimos que es una barrera funcional, que en ocasiones se abre y en ocasiones está cerrada. Además, en la estructura valvular también intervienen los pilares del diafragma que se encuentran alrededor de este esfínter, a unos 40 cm de distancia de la arcada dentaria. Al conjunto del cardias y de los pilares del diafragma se les denomina esfínter esofágico inferior (EEI) que es más un esfínter funcional que anatómico.
Ante el comienzo de la campaña de vacunación, vuelve a abrirse el debate sobre la necesidad de "forzar" a las personas a que se vacunen o dejar ese acto al arbitrio de cada uno. Recientemente leíamos el siguiente titular "La obligatoriedad de vacunar de la gripe a los profesionales sanitarios en el centro del debate de un grupo de expertos". Porque resulta polémico, merece un análisis de esta entrada de blog.
Entre los expertos del debate, patrocinado como no podía ser de otro modo por una conocida empresa farmacéutica dedicada a la elaboración de vacunas, algunos opinaban que "vacunar de la gripe a los profesionales sanitarios impide que estos contagien a sus pacientes, lo que redunda en un mejor control de la enfermedad, un menor gasto sanitario y un absentismo laboral más reducido". Asimismo se aportó la cifra de que sólo el 16% de los médicos y el 11% de los enfermeros se vacunan en España. Alarmados por el descenso de gasto en vacunas en España del 1,5% al 0,9% actual, se apela a la responsabilidad del profesional en el uso de las vacunas, empezando por dar ejemplo, pues, tal como expresó el director general de Atención Primaria de la Comunidad de Madrid, los médicos que se vacunan tienen tres veces más éxito de conseguir que sus pacientes también lo hagan.
El sufijo –itis en medicina significa “inflamación”. En la recogida de antecedentes médicos al comenzar una historia clínica, no es infrecuente que el paciente te diga que tiene diverticulitis. Lo que sí es altamente improbable es que la tenga, así en presente, o incluso que la haya padecido.
La diverticulitis es un cuadro inflamatorio agudo de uno o varios divertículos. Los divertículos son prolongaciones saculares, como cuevas de pequeño tamaño, que frecuentemente aparecen en las paredes del colon, sobre todo en el lado izquierdo del abdomen (colon descendente y sigma), siendo más infrecuentes en otras localizaciones del tubo digestivo. Se producen por herniación de la mucosa y submucosa del colon por zonas donde la capa muscular es más débil y que frecuentemente es el sitio por donde penetran los vasos sanguíneos. Suelen aparecer con la edad, siendo infrecuentes antes de los 40 años y estando presentes en más del 30% de la población mayor de 60 años. Habitualmente quien los tiene lo ignora porque no dan ningún síntoma. La mayor parte de las veces los descubrimos de manera casual por realización de endoscopias u otras pruebas radiológicas y si son muy numerosos solemos decir que el paciente presenta diverticulosis. Este término, diverticulosis, es el que a menudo confunde el paciente al referir sus antecedentes personales, con el de diverticulitis. Tener diverticulosis es un requisito imprescindible para poder padecer diverticulitis, puesto que sin divertículos que se inflamen no puede haber diverticulitis.
La enfermedad es algo que acontece en el transcurso de la vida, siendo raro que no lo haga. Estadísticamente, es más frecuente conforme pasan los años y la estructura biológica que nos envuelve desde el nacimiento y que llamamos cuerpo va sufriendo el deterioro inherente a la materia. Con el paso de los años aparecen achaques que pueden ser más o menos invalidantes pero que avisan del desgaste. Así que tarde o temprano, con mayor o menor asiduidad y necesidad, los seres humanos acudimos al médico en busca de remedio para estas dolencias.
La sanidad privada ofrece recursos sanitarios a pacientes a cambio de dinero, bien directamente o bien cotizando a través de mutuas a aquellos que están asegurados. La sanidad pública en nuestro país está sufragada por el Estado con los impuestos de todos los ciudadanos que cotizan y hasta hace bien poco se administraba de manera universal y gratuita. Ahora el universo es menos universal y lo gratuito cada vez lo es menos, señal inequívoca de que los sistemas sanitarios mixtos están en ebullición. Para quienes tienen poder adquisitivo, crece la necesidad de derivar parte de sus recursos a suscribir una póliza de seguro médico privado. Aunque goce de la cobertura de la sanidad pública, intuye que los anunciados recortes presupuestarios pueden incrementar la demora en la realización de pruebas diagnósticas o en procedimientos quirúrgicos.
La situación de la sanidad en España está cambiando de manera notable y cada día se producen nuevas noticias sobre prestaciones y utilización de recursos. De hecho, recursos públicos y privados están llamados a entenderse y cooperar para dar un mejor servicio asistencial a los usuarios. En este artículo publicado en la revista del mes de junio de "Más Gran Vía" de la Asociación de Empresarios de Gran Vía, se dan unas pinceladas a las transformaciones que probablemente se llevarán a cabo.
Mucho se ha escrito sobre los modelos sanitarios privados en comparación con los públicos. Y mucho se seguirá escribiendo, pues es una cuestión candente con la transformación que, al albur de la necesidad impuesta por la crisis, está experimentando el sistema sanitario público como hasta ahora conocíamos.
En el comentario a una entrada anterior de este blog alguien apuntaba que el Estado no es una empresa. En cierto sentido no, porque no es un ente creado para obtener beneficios, y además el Estado tiene el monopolio de la violencia algo que una empresa no se puede arrogar salvo que hablemos de organizaciones mafiosas. El Estado no debe ser una empresa por más que los que forman parte del aparato político no sólo tengan su sueldo sino que algunos se lucren a costa de sus cargos. Pero el Estado es la "empresa" con más trabajadores: el sufrido funcionario que ahora está más que nunca en el candelero.
Me decía una persona que "la razón principal por la que los médicos se van a la privada es principalmente por dinero, no por calidad". Dejando aparte unos cuantos colegas a los que el ámbito público no les permitiría, en lo profesional, hacer ciertos pinitos (entendiendo por tal conductas diagnósticas o terapéuticas excesivamente vanguardistas y hasta controvertidas), lo cierto es que muy probablemente la mayor parte de los médicos que trabajan en la privada es, efectivamente porque tienen mayor retribución. Lo que gana un médico en la sanidad pública es un salario fijo (bueno, ahora no tanto porque no para de recortarse) que a fin de mes cobra seguro trabaje lo que trabaje. Puede incrementar algo su miserable sueldo base con retribuciones adicionales por guardias que no siempre salen rentables, pero muchas veces son imprescindibles para poder sobrevivir. Lo que gana un médico en la privada suele estar directamente vinculado a su productividad, existiendo una relación directa entre lo que trabaja y lo que gana. Sabe que para lograr el sueldo hay que trabajar. Y en buena lógica, cuanto más trabaje, más ganará. Esto supone una ventaja respecto a su colega de la pública que tiene un "techo" que no podrá superar, trabaje lo que trabaje. Y además, como apuntábamos, ese "techo" cada vez se aproxima más al suelo ¡a pesar de que le exigen que trabaje más!
Ha entrado en vigor el Real Decreto que obliga a los médicos del sistema público a no atender a pacientes que carecen de tarjeta sanitaria. La medida adoptada por el gobierno ha tenido respuestas muy variopintas en los colectivos, incluso entre las autoridades de las diferentes autonomías. Puesto que en otra entrada (cuando hablamos de la fractura del Estado del bienestar) ya anunciamos las repercusiones que podía tener, ahora sólo queremos analizar el punto de vista de los médicos y de los pacientes entendida esta relación meramente desde la vertiente profesional y contractual.
En síntesis, la medida legislativa viene a prohibir que los médicos del sistema sanitario público dediquen el tiempo o los recursos del sistema sanitario público a destinatarios sin cobertura asistencial. Y excluye fuera de este ámbito a un colectivo otrora amparado: los inmigrantes en situación irregular, los “simpapeles”. No deja de ser sangrante que una vez más son los más desfavorecidos el blanco de los recortes de la crisis (o estafa) que estamos viviendo.
Hoy ha sido la enfermera en la sala de endoscopia la que me lo ha preguntado pero todos los días hay alguien que tiene intención de hacerse un seguro privado de salud y te pregunta cuál es la mejor compañía. Analicemos “la mejor”, porque la primera idea que viene a la cabeza es para qué o para quien es la mejor. Parece obvio que se refiera uno a “lo mejor para la salud”, pero también podría tratarse de “lo mejor para el bolsillo”.
Sin duda, “lo mejor para la salud” es no ponerse enfermo y esto tiene mucho que ver con la medicina preventiva de la que podemos hablar en otra entrada. Pero si lo que buscamos es “lo mejor para el bolsillo”, nos apuntaríamos a la compañía con la prima más barata. Es práctica común, y más en tiempos de crisis, comparar precios. Y si buscamos por ejemplo, un brik de leche, lo más racional es comprarlo en el sitio más barato tratándose de la misma marca, porque entendemos que el producto que se vende es el mismo, exactamente el mismo, independientemente de establecimiento que lo venda. Sabemos que tal marca no es tan buena como tal otra... pero a igualdad de producto, preferimos el precio más barato.
Con ocasión de una conferencia que di sobre los efectos que la hipnosis tener en los pacientes que se someten a exploraciones desagradables, una de las asistentes me preguntó sobre si puede paliar el dolor. Le conté una anécdota laboral.
Una de las zonas más sensibles del cuerpo humano es la región perianal. La riqueza de fibras sensitivas a ese nivel es enorme y por ello cualquier padecimiento suele deteriorar la calidad de vida de forma notable. La patología del canal anal (hemorroides, fisuras, etc.) es muy frecuente aunque el paciente suele tener resquemor a manifestarlo al médico por pudor a enseñar la zona dolorida, pero cuando se presenta un proceso agudo como por ejemplo una trombosis hemorroidal, el dolor es tan intenso que uno pierde la vergüenza y le enseña el culo a quien ofrezca una solución a su problema.
En cierta ocasión vino a mi consulta un joven recién acabada su carrera. Refería sangrado rectal y dolor anal lacerante y muy vivo al defecar, sintomatología que él mismo atribuía, con buena lógica, a una fisura anal. Le dije que habría que tenía que explorar la zona, lo cual podría ser, aparte de embarazoso, algo doloroso para él. Me sorprendió su respuesta: "Ni lo uno ni lo otro, doctor". Me contó que el padecimiento le venía desde pequeño por lo que ya sabía lo que eran las fisuras anales, y estaba acostumbrado a que le explorasen la zona (todo lo que puede uno acostumbrarse). La primera vez que le vieron, aunque era pequeño, no pudieron sujetarle entre todos para que se dejase mirar y tuvieron que anestesiarle. Pero desde 2002 ya no hizo falta. Me contó que en esa ocasión fue por primera vez a un proctólogo infantil, un señor muy mayor a punto de jubilarse. Antes de ponerle con el culo en pompa, se sentó en una silla frente a él y le dijo. "Oye chaval, ¿has oído hablar del señor de los anillos?" Y le contestó con cierta alegría que sí, porque hacía poco tiempo que habían estrenado la película y había ido a verla. "Pues que sepas ¡que yo soy el señor de los anillos!: llevo toda mi vida dedicándome a ver el culete de los pequeños y por fin han hecho una película de mí". Y durante la exploración aquella mi paciente decía que no paró de reirse con los comentarios que iba haciendo el viejo colega sobre la película y su profesión.
En los momentos felices de la vida es grato vernos rodeados de la gente a la que queremos y que nos quieren. Si la situación que atravesamos no es demasiado buena, esa presencia de gente alrededor a veces es molesta, cargante o incluso incómoda. Dependiendo de nuestro estado de ánimo vemos que somos más o menos tolerantes con las interacciones que conlleva la convivencia.
Cuando surge la adversidad, muchos otrora amigos dejan de serlo, desaparecen. De hecho, muchas relaciones humanas se extinguen por aquello de "se me ha pasado la ilusión". En las relaciones sentimentales esta conducta está lindando con la frivolidad mientras que las comerciales, para evitar rupturas, se someten a férreo blindaje contractual. En la relación médico-paciente no debería haber inconsistencia por cuanto están (deberían estar) basadas en la confianza.
Sin embargo, cuando el médico sospecha que un paciente no tiene curación surgen sentimientos encontrados. Por parte del médico, sabe que su deber es estar con el paciente hasta el final. Pero al mismo tiempo le repugna enfrentarse al deterioro progresivo de un organismo que de suyo supone además una bofetada a la grandilocuencia de la ciencia médica todopoderosa. Y por parte del paciente, está el hecho de querer saber, pero sin saber del todo, acaso porque no quiere escuchar de labios de su médico esas cinco palabras tan temidas: "No hay nada que hacer". Es el mensaje aterrador de unas palabras que, si se ponen en otro orden, cambian notablemente el contenido del mensaje: "No hay que hacer nada". El primer mensaje suena a final, abandono, derrota. El segundo, a déjemoslo como está.
Hace casi dos años asistí a un congreso de endoscopia digestiva. En la mesa, cinco expertos debatían sobre lo que dejamos de ver en los pacientes a los que hacemos una endoscopia. Cuatro de ellos reconocían haber tenido algún paciente al que no le habían visto ningún tumor tras hacerles la endoscopia... y lo tenían. El quinto experto, digamos Juan, decía que a él eso nunca le había pasado, que dejar de ver un tumor que está ahí le parecía haber hecho mal las cosas. Reconozco que yo, desde la audiencia, me adhería a este parecer.
Después en el refrigerio y a solas, se le acercó Pepe, uno de los expertos a Juan y le recordó el caso de un paciente que había visto hacía unos años. Apenas lo recordaba pero Pepe le dio algunos detalles para refrescarle la memoria y le dijo que tras darle él de alta, como seguía con síntomas, fue a verle a él para pedirle una segunda opinión. Le repitió la endoscopia que le había hecho semanas antes Juan y allí encontró un tumor... que Juan no había visto.
Se ve que estas cosas pasan, aunque no se tenga conocimiento de ellas. Todas las pruebas diagnósticas tienen sus falsos negativos (que el paciente tenga algo pero la prueba no lo detecte). Y esto es especialmente importante en aquellas pruebas que tienen un componente subjetivo, dependiente del observador. De esto hablaremos en otra entrada de blog porque está claro que la calidad de una exploración tiene mucho que ver con la pericia del que la realiza, no sólo con el grado de sofisticación de los medios que se emplean.
Si cuento esto es porque recientemente he tenido ocasión de ver un tumor en el intestino de una paciente a la que hacía unos días que yo había endoscopiado. Di la prueba como normal. Pero ante la persistencia de síntomas, su médico pidió que se repitiera la prueba por otro médico, en otra provincia. Le pregunté a la paciente y a sus familiares si no les importaba que yo acudiese, a lo cual se mostraron de acuerdo y muy satisfechos por denotar interés por su caso. También pedí permiso a mi colega para asistir a la endoscopia. Y entonces vi lo que yo no había sido capaz de ver.
Con el sentimiento de frustración –te sientes un manta- pero con el agridulce sabor de que por fin se había encontrado a la paciente la causa de sus males, recordé la anécdota con la que abría esta entrada. La comenté con un colega y me hizo ver que efectivamente, cuanto más haces, más probable es que te salga algo mal. Para evitarlo, no hagas nada. Si no quieres tirar el listón, no intentes el salto de pértiga. Y de ese modo alguno creerá que eres un gran saltador de pértiga. Con ironía le dije: “Después de esto, ya creo que me puedo sentar en la mesa de los expertos en endoscopia”. Y me respondió: “Ni lo sueñes: ningún experto se hubiese atrevido a ir a la repetición de la endoscopia por otro colega. Les has sobrepasado”. Un gran pañuelo.
Así, con dos términos anglosajones, vamos a tratar de describir dos características que a nuestro juicio deben albergar los nuevos sistemas sanitarios. Como las realidades que describen cada comunidad lingüística pueden ser muy diferentes, vamos a tratar de precisar a qué nos referimos con estos términos.
Por un lado, el llamado empowerment, que se suele traducir como “empoderamiento”, referido a la salud es un proceso mediante el cual las personas adquieren un mayor control sobre las decisiones y acciones que afectan a su salud. Este contenido viene respaldado por la llamada Ley de Autonomía del Paciente 41/2002 http://www.boe.es/boe/dias/2002/11/15/pdfs/A40126-40132.pdf según la cual el paciente debe ser informado de las decisiones diagnósticas y terapéuticas y debe dar su consentimiento implícito o explícito para proseguir adelante con la relación médico-paciente. Esta relación que antaño se basaba en la confianza (nadie pone su vida en manos de alguien en quien no confía) se podía tonar paternalista o autoritaria, relegando el papel del paciente a mero espectador pasivo. A partir de este momento ya no debe suceder tal cosa porque el paciente debe participar en el acto médico, pero a cambio la relación se vuelve más mercantilista, contractual: el médico ya no impone su criterio al paciente sino que hay que llegar a un consenso con él.
路易斯本尼托博士是消化科专家,在马德里各大医院进行消化内镜诊断并且经营自己的诊所。在最近的十五年内已经成功实施了超过两万五钱例消化道内镜。电视和电台健康频道签约合作伙伴,在国内外多篇科学杂志发表论文,在其博客上每月患者问答有两万人次的访问量。